05 septiembre, 2013

Lo importante de los profesores

Con este artículo especial nos unimos a la Fundación ATRESMEDIA que busca inspirar, estimular y reconocer la figura del profesor, tan denostada hoy en día:

Junto a mi profesora de literatura, la señorita Carmen, en mi último curso de EGB fui la encargada de llevar la recién estrenada biblioteca del colegio, cuyas estanterías terminé conociendo al dedillo. Eso sí, no os creáis que se trataba de nada del otro mundo: consistía en un aula pequeña que hasta entonces había sido utilizada como almacén y en la que se habían ido guardando mesas, sillas y material de gimnasia. También había servido de hogar para alguna araña buena tejedora....

No contábamos con una cantidad enorme de obras para poder abastecer el lugar en condiciones, pero poco a poco se fueron llenando los estantes. Mientras esperábamos a que llegaran más fondos, que, como siempre sucede en estos casos, se hicieron de rogar, organizamos una recolecta de libros entre todos los alumnos y cada uno llevó unos cuantos para aumentar las existencias de la biblioteca. Hubo mucho trabajo: clasificar libros, hacerles las fichas, colocarlos… De vez en cuando también había que echar una mano a los estudiantes que venían algo desorientados y en lugar de investigar por su cuenta preguntaban: “¿puedes recomendarme algo?”. Así, tan sencillo y tan de golpe.

En ocasiones los visitantes eran alumnos de la señorita Carmen: venían en busca de una nueva lectura para hacer el trabajo de literatura de turno. Aquí no me queda otra que quitarme el sombrero ante mi profesora, porque les mandaba leer varias obras al año (todas diferentes, a elegir por cada estudiante, claro) y no había título que no recordara; de hecho, ella misma se acercaba a las estanterías, buceaba entre los Barco de Vapor y Gran Angular, y después, muy segura de lo que hacía, elegía un libro que su alumno no hubiera leído y que además le fuera a gustar. Siempre acertaba. Además, lo que más me gustaba de ella era que, en el caso de que tuviéramos que leer alguna “lectura obligatoria” un poco tostón, lo hacíamos en clase en plan teatro. Éramos la envidia del colegio: nuestras risas se oían por todas partes, y también las voces que poníamos a la hora de representar a los personajes de los libros. De esa manera, se convertía en algo divertidísimo lo que hubiera podido resultar muy pesado.

En cuanto a mi estancia en la pequeña biblioteca, nunca me cansaba de recomendar a la gente Agnes Cecilia y Los escarabajos vuelan al atardecer (ambas obras de María Gripe), El pasado quedó atrás (Anke de Vries), Pupila de águila (Alfredo Gómez Cerdá) y Réquiem por Granada, de Vicente Escrivá.

Al cabo de unos años, como acompañante de autocar, tuve la ocasión de trabajar codo a codo con niños, les oía hablar de los deberes que se llevaban del cole a casa y entre ellos se incluían las típicas lecturas obligatorias para hacer después un trabajo o un examen. Sus comentarios eran siempre los mismos: “es que todos los libros son muy aburridos”, “¿no hay película?”, “si alguna vez nos dejaran leer algo que nos gustara…”. Fueron esas quejas las que me hicieron comprender el privilegio que fue haber tenido como profesora a la señorita Carmen, que sin duda nos inculcó el amor por la lectura. Ojalá tengáis (o hayáis tenido) la suerte de contar con una profesora como la mía de literatura, fue una maravilla.

Así que de mi parte y de todo corazón.....

¡Gracias, profes!

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